Broncas femeninas
Al rato tengo que ir a comprar toallas sanitarias y ya sé la que me espera. Siempre es igual y no tengo esperanzas de que algún día cambie. Lo que va a pasar es que tendré que recorrer un pasillo entero del supermercado tratando de descifrar si entre todos esos empaques floreados y de colores chillones están las toallas que me convencieron la última vez. Yo no sé que se creen los de Saba, Kotex y todos esos porque cada bimestre cambian sus productos en una u otra forma. Les cambian el nombre, el empaque, el número de toallas por paquete y demás. No hay consistencia en ninguno de sus indicadores porque una toalla “angosta” puede significar cualquier cosa, dependiendo de la marca o la presentación. Recuerdo cuando les dió por indicar la cantidad de flujo que una toalla podía absorber mediante tréboles y corazoncitos. Sombreaban de una a cuatro de estas madrinolas pero yo no les veía sentido o equivalencia. ¿Cuántos tréboles se necesitan para un rombito? ¿mi flujo se mide en corazones o en barquitos? ¿y a mí que me importa?
El punto es que no quiero perder tiempo en eso. Me gustaría llegar a la tienda, tomar el paquete de siempre y salir de ahí sin complicaciones. Sin embargo tengo que hacer una excursión completa y echar mano de mi intuición para averiguar el significado de los eufemismos mercadotécnicos que usan. Y el problema es que una mala decisión tiene graves consecuencias. Si de por sí es incómodo andar sangrando por la vida, añádanle andar trayendo algo que estorbe, que se mueva, que se pegue o que haya que cambiar cada 2 horas. Siempre que encuentro una toalla que me hace olvidarme de esas broncas, mi felicidad se ve empañada por la incertidumbre de volverla a encontrar. Me choca.
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