Monday, September 20, 2004

Fin de semana

El sábado me comí un chile en nogada que preparó mi mamá. Estaba buenísimo. Afortunadamente me quedan 2 raciones más esperando en el refrigerador. Esta comida implica mucho trabajo porque hay que pelar correctamente las nueces de castilla. No solo hay que quitar la cáscara exterior, que es dura y más o menos fácil de retirar. El verdadero problema es quitarle el pellejo a la nuez para que quede completamente blanca y no café, como suele ser por fuera. Además, del pellejo suele desprenderse una parte transparente que da muchos dolores de cabeza. Y toda esta limpieza se hace para que la nogada no quede amarga.

Mi mamá suele preparalos cada año aunque en algunas ocasiones no ha sido posible. Cuando yo era más chica y tenía vacaciones por estas fechas (o más bien en agosto), me pasaba las tardes pelando nueces con mis primos y tíos mientras platicábamos de todo un poco. Con el tiempo, ya no ha sido posible que nos reunamos todos para ayudar con las nueces. De hecho, la mayor parte del trabajo de este año la hizo mi madrina Avelina (un besote, madrina).

El domingo, Rodrigo y yo nos echamos el agradable paquete de cuidar a Jaimito. Solo fueron 6 horas pero nos dio un panorama muy claro de lo demandante que es un bebé. Al principio Rodrigo estaba bastante ciscado. Afortunadamente Jaimito es el niño más tranquilo del planeta y no nos hizo ningún berrinche, aunque sí estuvo a punto de llorar porque nuestra inexperiencia hacía nuestras reacciones lentas y a veces no muy atinadas. Le dimos de comer danonino de uva, frijoles y gelatina de piña. Se tomó dos onzas de leche y cuatro de jugo de manzana. Le cambiamos dos veces el pañal (primero porque hizo del uno y después porque hizo del dos) y solo se durmió hora y media.

Jaimito es muy alerta y está muy fuerte, todo lo mira con atención y sonríe cuando oye su nombre. Le llaman mucho la atención las manos de los demás y poco le faltó para romper los lentes de Rodrigo. Al que tan poco le fue muy bien fue a José porque le tocaron unas cuantas patadas y jalones. Tuvimos suerte de que el minino se comportara a la altura y no quisiera arañarlo. Lo más que hizo fue poner cara de celoso toda la tarde. Al final, todos acabamos rendidos.

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